Cáritas Beni, Trinidad; y Unidad Educativa Juan XXIII de Suticollo, Cochabamba
Mi nombre es Nadia Sayyad Hernando y nací en Aranda de Duero, una pequeña ciudad del centro de España. Antes de venir a Bolivia trabajaba pasando consulta en un centro de salud como médica especialista en medicina de familia y comunitaria.
Desde hacía 14 años me formaba y trabajaba en la medicina clásica occidental, y echaba mucho en falta tener contacto directo con la comunidad y con la parte de prevención de la enfermedad; me producía mucha curiosidad salir a la calle y que ellos me expresaran sus inquietudes desde su propio entorno.
Hacía tiempo que me planteaba la opción de realizar esta labor comunitaria lejos de Europa, y descubrí Bolivia. Es un país ideal para realizarla ya que la estructura de organización es en muchos casos horizontal, y eso me ha permitido acercarme a las personas de tú a tú. Aquí he tenido la oportunidad de formar parte de dos proyectos: el primero, en la ciudad de Trinidad, impartiendo talleres de alimentación saludable en las comunidades indígenas circundantes y en el centro de salud de Cáritas Beni. El segundo, en la Unidad Educativa Juan XXIII de Suticollo, Cochabamba, como doctora general del centro y realizando talleres relacionados con la salud sexual y reproductiva y la reanimación cardiopulmonar, además de apoyar en otras actividades relacionadas con la salud.
En este país he podido beneficiarme del caminar junto a una cultura muy diferente, disfrutando de un intercambio de conocimientos y necesidades con aquellas personas con las que he realizado mi voluntariado, de tal manera que hoy soy más flexible y menos juiciosa, y por ende, más creativa.
Recuerdo este primer taller desde que salimos en la movilidad hacia Nueva Alianza. El camino y la llegada fueron maravillosos, rodeada de las personas que hacían del taller un evento posible y con sentido. Aún siento la fina mano de Wilma apretándome la mía según los comunarios entraban en la escuelita, para desearme buena suerte; el sonido móvil y dinámico de la cámara de Paolo, que dejaba inmortalizado aquel lindo momento, y el refrigerio que fue preparando y distribuyendo Alan al finalizarlo.
Aún escucho las palabras del dirigente, alentando a los comunarios a participar con ánimo y a aprender todo lo posible, y sigo sintiendo esa la ilusión que mostraban los participantes, niños y ancianos, y adultos, cuando encontraban la forma de resolver las preguntas que les hacía, trabajaban sobre la rueda de alimentos, o buscaban la solución para poder traer más verduras a su pequeña localidad.
La oportunidad de poder compartir con las y los adolescentes en uno de los proyectos de Fe y Alegría en Bolivia, es uno de los mayores regalos que me ha hecho el país.
Tan importante es la educación, como su puesta en práctica en la vida real, y estos jóvenes saben hacerlo perfectamente: son capaces de organizarse en su propio Gobierno Estudiantil, de montar sus Olimpiadas, de cocinar y limpiar para todos el personal educativo y estudiantil, además de sacar adelante sus asignaturas, incluyendo la de artes escénicas, que es ineludible.
Son ellos la motivación de los madrugones, de las horas y horas de preparación y de impartición de las clases por parte de sus “oxis” (o lo que es lo mismo “profesores oxidados”), término que he adoptado también al entrar como voluntaria en este gran equipo.